Menos leyes, más facilidades
La inflación de leyes es peligrosa para una sociedad. Cuando un Estado, a través del poder público (ejecutivo, legislativo o judicial) emite leyes u otros tipos de normas obligatorias sin medida y sin mesura, genera incertidumbre en los individuos.
Les complica las cosas. Se aturden los negocios, los reclamos contra la administración pública, las disputas entre privados, etc. Peor aun cuando el desempeño de un legislador es medido por la cantidad de proyectos de ley que presenta en el órgano legislativo. Allí si preocúpese, ya que verá proliferar proyectos para nombrar al 5 de febrero como el “Día del Zapato Deportivo Nacional” o para corregir tres comas y dos puntos de una ley que a nadie le importa.
Sin embargo, la producción excesiva de leyes es un problema generalizado. Un mal de nuestros tiempos. Que no sólo afecta a los que se encuentran en el poder público sino a cualquier ciudadano de a pie. En ese sentido, la falacia de creer que una ley soluciona situaciones que no nos gustan se ha extendido sin tregua. Justamente, hace pocos días me preguntaron por qué no se ha creado hasta ahora una ley que proteja a las personas que pasean sus perros por la vía pública. Sí, como entenderán ustedes, mi respuesta se limitó a un melodioso, reflexivo y respetuoso “Uhhhhhhhhh?????”
Sin embargo, la producción excesiva de leyes es un problema generalizado. Un mal de nuestros tiempos. Que no sólo afecta a los que se encuentran en el poder público sino a cualquier ciudadano de a pie. En ese sentido, la falacia de creer que una ley soluciona situaciones que no nos gustan se ha extendido sin tregua. Justamente, hace pocos días me preguntaron por qué no se ha creado hasta ahora una ley que proteja a las personas que pasean sus perros por la vía pública. Sí, como entenderán ustedes, mi respuesta se limitó a un melodioso, reflexivo y respetuoso “Uhhhhhhhhh?????”
Debemos eliminar leyes obsoletas y evitar crear nuevas que compliquen sin razón la vida de los individuos. Evitar el mercado negro que se genera cuando las leyes son absurdas u opresivas y que obligan a surfear lo imposible para lograr lo posible. Y, por qué no, pensar en que la producción de leyes no tiene que tener una vertiente puramente estatal, que también puede surgir del sector privado. En Estados Unidos, por ejemplo, el famoso Código de Comercio Unificado (CCU) fue iniciativa de un grupo de profesores universitarios y no de legisladores norteamericanos nacionales o federales. Sin embargo, su lógica y adaptación a la realidad fue tan evidente y preponderante que fue adoptado como ley por el estado de Nueva York. Luego se extendió por varios estados más.
© Artículo publicado en el Diario El Heraldo (martes 22 de abril de 2014)