Virus marxista en leyes laborales
Lamentablemente, el “Proyecto de Código Orgánico de Relaciones Laborales” presentado hace pocos días no aliviará, en sentido alguno, el desempleo y el subempleo que afecta al Ecuador.
En realidad este texto (pues todavía se trata de un borrador y no de un proyecto de ley) cae en el error que han tenido las leyes laborales de nuestro país desde que se expidiera el primer Código del Trabajo en 1938: la concepción marxista de las relaciones entre empleador y empleado.
Esta telaraña mental, bobería repetida hasta la saciedad por políticos, juristas, empleados y hasta ingenuos empresarios, ha alimentado leyes absurdas que durante años han limitado y siguen retrasando el desarrollo de nuestra nación.
Hasta ahora no entendemos la elemental relación entre la función empresarial y el empleo. En ella, el empresario interpreta el entorno que le rodea a través de su intuición y conocimiento e identifica potenciales oportunidades para producir y generar bienes que cree serán apreciados y adquiridos por los demás individuos. Es optimista pero sabe que juega en terreno movedizo. Por ello, arriesga su capital y su tiempo para desarrollar una idea sin la certeza de que llegará al éxito.
Con ese objetivo, contrata con otros individuos (empleados) y les paga por su trabajo y también por su tiempo. En la transacción el empresario adquiere la obligación de honrar ese pacto sin saber si ganará o si fracasará en el intento. Además, en todo este proceso el contratado no asume los riesgos del negocio que, se sobreentiende, corren por cuenta única del empresario. Por eso, en el caso de que haya éxito es justo, lógico y moral que el arriesgado se quede con las ganancias, pagando, por supuesto, las obligaciones que adquirió para generarlas.
Allí es donde el virus marxista se impregna con fuerza. Prejuzga al empresario, lo tilda de abusivo y exige que las ganancias sean también para al empleado. En el Ecuador, este virus ha llegado a dimensiones únicas y ha degenerado en trabas obscenas al emprendimiento tales como como la repartición obligatoria de utilidades a los trabajadores o los decimotercero y decimocuarto sueldo. No hablemos, además, de la inflexibilidad al momento de contratar y despedir. En ese sentido, el texto propuesto no facilitará el emprendimiento sino que continuará trabándolo.
En realidad este texto (pues todavía se trata de un borrador y no de un proyecto de ley) cae en el error que han tenido las leyes laborales de nuestro país desde que se expidiera el primer Código del Trabajo en 1938: la concepción marxista de las relaciones entre empleador y empleado.
Esta telaraña mental, bobería repetida hasta la saciedad por políticos, juristas, empleados y hasta ingenuos empresarios, ha alimentado leyes absurdas que durante años han limitado y siguen retrasando el desarrollo de nuestra nación.
Hasta ahora no entendemos la elemental relación entre la función empresarial y el empleo. En ella, el empresario interpreta el entorno que le rodea a través de su intuición y conocimiento e identifica potenciales oportunidades para producir y generar bienes que cree serán apreciados y adquiridos por los demás individuos. Es optimista pero sabe que juega en terreno movedizo. Por ello, arriesga su capital y su tiempo para desarrollar una idea sin la certeza de que llegará al éxito.
Con ese objetivo, contrata con otros individuos (empleados) y les paga por su trabajo y también por su tiempo. En la transacción el empresario adquiere la obligación de honrar ese pacto sin saber si ganará o si fracasará en el intento. Además, en todo este proceso el contratado no asume los riesgos del negocio que, se sobreentiende, corren por cuenta única del empresario. Por eso, en el caso de que haya éxito es justo, lógico y moral que el arriesgado se quede con las ganancias, pagando, por supuesto, las obligaciones que adquirió para generarlas.
Allí es donde el virus marxista se impregna con fuerza. Prejuzga al empresario, lo tilda de abusivo y exige que las ganancias sean también para al empleado. En el Ecuador, este virus ha llegado a dimensiones únicas y ha degenerado en trabas obscenas al emprendimiento tales como como la repartición obligatoria de utilidades a los trabajadores o los decimotercero y decimocuarto sueldo. No hablemos, además, de la inflexibilidad al momento de contratar y despedir. En ese sentido, el texto propuesto no facilitará el emprendimiento sino que continuará trabándolo.
© Artículo publicado en el Diario El Heraldo (martes 13 de mayo del 2014)