El silencio de los lobos
En sí, la creación de la Unión de Nacional Suramericanas (UNASUR) no fue una idea equivocada. La unión, más aun de naciones hermanas que comparten territorio y algo de historia, siempre es positiva y saludable.
Lo ideal, claro está, es que la unión implique tratos económicos favorables entre países y proyectos comunes –un sistema integrado de trenes regionales, por ejemplo- que cumplan un objetivo primordial: mejorar la vida de los ciudadanos que integran esa organización o bloque.
Si ese objetivo no existe y la unión más bien se convierte en una alcahuetería de políticos pestilentes, el esfuerzo es infructuoso y el resultado es un abigarrado manojo de chocarrerías que se mofan de los ciudadanos.
Hoy, la UNASUR es precisamente eso: un club de amigos que no hace nada y calla (o, peor aún, defiende) la dictadura sangrienta de Maduro en Venezuela. No dice nada sobre la situación crítica de Leopoldo López o de Antonio Ledezma. No dice nada sobre la utilización de armas a quemarropa contra protestantes y sobre las muertes monstruosas de niños y jóvenes en las calles de Caracas.
Prefiere callar. Y sus honorables miembros (incluido el inefable Mujica que no es ningún viejito bobalicón) defienden a capa y espada a sus panas, a sus yuntas del alma e hijos de Chávez: el piltrafa Maduro y el narco Diosdado.
Parece que lo único que les interesa es posar relamiditos y contentos en la inauguración de edificios mastodónticos que llevan el nombre de otros honorables miembros como Néstor Kirchner. Sí, el edificio insigne de la organización lleva el nombre de un mafioso, fanático de las cajas fuertes y de los billetes de 500 euros.
¿Podemos esperar algo de UNASUR frente a la crisis de Venezuela? ¿algo por los venezolanos que sufren y no únicamente por sus verdugos? No, no habrá nada. Hoy esa organización no sirve para lo que debería servir y, cuando sus ocupantes la dejen, lo mejor que podemos hacer es eliminarla y pasar factura a sus parteros.
Lo ideal, claro está, es que la unión implique tratos económicos favorables entre países y proyectos comunes –un sistema integrado de trenes regionales, por ejemplo- que cumplan un objetivo primordial: mejorar la vida de los ciudadanos que integran esa organización o bloque.
Si ese objetivo no existe y la unión más bien se convierte en una alcahuetería de políticos pestilentes, el esfuerzo es infructuoso y el resultado es un abigarrado manojo de chocarrerías que se mofan de los ciudadanos.
Hoy, la UNASUR es precisamente eso: un club de amigos que no hace nada y calla (o, peor aún, defiende) la dictadura sangrienta de Maduro en Venezuela. No dice nada sobre la situación crítica de Leopoldo López o de Antonio Ledezma. No dice nada sobre la utilización de armas a quemarropa contra protestantes y sobre las muertes monstruosas de niños y jóvenes en las calles de Caracas.
Prefiere callar. Y sus honorables miembros (incluido el inefable Mujica que no es ningún viejito bobalicón) defienden a capa y espada a sus panas, a sus yuntas del alma e hijos de Chávez: el piltrafa Maduro y el narco Diosdado.
Parece que lo único que les interesa es posar relamiditos y contentos en la inauguración de edificios mastodónticos que llevan el nombre de otros honorables miembros como Néstor Kirchner. Sí, el edificio insigne de la organización lleva el nombre de un mafioso, fanático de las cajas fuertes y de los billetes de 500 euros.
¿Podemos esperar algo de UNASUR frente a la crisis de Venezuela? ¿algo por los venezolanos que sufren y no únicamente por sus verdugos? No, no habrá nada. Hoy esa organización no sirve para lo que debería servir y, cuando sus ocupantes la dejen, lo mejor que podemos hacer es eliminarla y pasar factura a sus parteros.
©Artículo publicado en el Diario El Heraldo (domingo 1 de marzo de 2015)