La hora final
Nadie entiende cómo el gobierno de Maduro puede seguir en el Palacio de Miraflores. Sabemos que la escandalosa obsecuencia y complicidad de las Fuerzas Armadas lo mantiene sentado ahí pero, incluso en este punto, es increíble ver cómo no lo relevan del cargo. Probablemente sentado a uno que les permita seguir en sus negocios, pero al menos no uno tan zopenco como Maduro.
El drama monetario en Venezuela es terrible. Todavía no llegan a los niveles que experimentó Alemania en el siglo XX, justo antes de que Hitler llegue al poder y apenas lo dejó, pero están a punto. Están en camino. La gran inflación que sufrieron los alemanes hace décadas les llevó a cargas los billetes en carretillas y a quemarlos porque no valían nada.
A los niños hasta les daban en forma de bloques para que construyan casitas en sus juegos. Tal fue la debacle que los cigarrillos se convirtieron en la moneda usada para comprar y vender aquello que no se intercambiaba mediante el trueque.
El billete en circulación más alto hasta estos días en Venezuela -se ha prorrogado su existencia hasta el 2 de enero- es el de 100 bolívares. Pero 100 bolívares no alcanzan para nada. Medio kilo de arroz cuesta 2.070 bolívares. Un kilo de azúcar 4.300. El litro de aceite 4.750. Medio kilo de café 5.250. Imagínense todo lo demás.
Los venezolanos tienen que cargar abultados fajos para hacer las compras del día (si encuentran algo en las perchas, además) y falta poco para que los carguen en maletas.
Tarde o temprano la economía supera a la política. Supera a todo. Las reglas son claras y los gobernantes tontos que no las conocen y no se ciñen a ellas terminan como Maduro: en la hora final.
cc) Artículo publicado en el Diario El Heraldo (domingo 18 de diciembre del 2016)