La feria de toros vive
En Ambato, la feria de toros vive. Gracias
a los toreros, a los empresarios y a la afición taurina esta tradición se
mantiene.
También permanece debido a que los ambateños, en el 2011, le dijeron
no al vil intento de coartar la libertad individual mediante consulta popular.
Esta ciudad libertaria enterró, contundentemente, las pretensiones antitaurinas de
terminar con la fiesta.
Lamentablemente, el ataque continua.
Con impotencia
miré, por ejemplo, los grandes carteles en la plaza que impedían el ingreso a menores de 16 años. Algo que no tiene sentido y que discrimina a los jóvenes
aficionados y a sus padres, verdaderos guías en la educación de sus hijos. Hace
algunos meses, por el gusto y el compromiso que siento hacia este arte,
patrociné como abogado una acción constitucional con el fin de evitar que dicha
prohibición persista.
Me enfrenté a burócratas que, alejados de
toda realidad y repitiendo consignas de un extremista grupo antitaurino,
creyeron que “mejoraban” el país redactando un paupérrimo reglamento
prohibitivo sobre la asistencia a espectáculos públicos. Perdí. O, mejor dicho,
hicieron que pierda. Recuerdo como, en una posterior conversación con la jueza que
llevó el caso, ella me contó la tristeza que le causó el fallar a favor del
Estado y en contra de los menores de 16 años. Aficionada taurina, sabía los
valores que se transmiten en una corrida. ¡Que gran oportunidad de aprendizaje para
un niño o un adolescente!
Pero bueno, a pesar de todos aquellos
obstáculos, la fiesta continúa. Quienes estuvimos en el coso ambateño nos vamos
con gratos recuerdos y con bellas imágenes. Imposible olvidar el homenaje y la solemne
despedida de uno de los monosabios más antiguos del medio. ¡Más de 50 años de trabajo
por la fiesta! Tampoco olvidaremos el valor de Peñaherrera, de Campuzano y de Hinojosa.
El arte de Mora y Nazaré y las agallas de Galván, brutalmente golpeado en
faena.
Esas son las estampas que nos deja la
feria de toros. Además de los muletazos y las chicuelinas. De los quites de los
caballos y de sus colas y crines hondeando los pitones del astado. De los
nervios y la valentía que transpiran los toreros cuando esperan al animal en el
ruedo. De su respeto hacia el toro. De los aplausos y las pifias de la gente.
En fin, la fiesta vive en Ambato. Ojalá para siempre.
©Artículo publicado en El Heraldo (martes
4 de marzo de 2014)