Esteban Torres Cobo

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Cerebro y libertad

¿Sabía usted que su nivel de libertad está condicionado por su cerebro? ¿Que, a diferencia de su vecino o de su mejor amigo, lo que usted considera “libertad” es diferente a lo que consideran ellos? ¿Sabía, además, que todo este proceso está orquestado por la corteza prefrontal de su cerebro?

Sí, de una zona del complejo órgano que tenemos en el cráneo (que según Dr. House no lo utilizamos muy a menudo) depende nuestro albedrío o, lo que es más preciso, nuestra libertad para elegir entre alternativas. Y esa libertad no lo es la misma: hay personas más libres que otras.

Eso nos dice la neurociencia. Pero, lo que es mejor, nos lo dice la neurociencia de la libertad, algo fascinante. Que claro, es compleja, pero el magnífico libro de Joaquín Fuster, “Cerebro y Libertad”, la hace asequible y entendible para muchos. 

Y no se asuste, no hay que ser experto. Yo de neurociencia sabía lo mismo que Albert Einstein sabía de yaguarlocros, pero la suave escritura del texto permite que hasta los más imberbes se queden con algunas ideas.

Según Fuster, el nivel de libertad de una persona se da por la relación entre la corteza prefrontal y el entorno en el cual se mueve. Dice él que un “individuo dotado de una corteza interconectada, inteligente, instruido y con destrezas lingüísticas superiores tendrá más opciones en la vida, y por lo tanto en principio será más libre, que uno con una corteza menos interconectada, de inteligencia mediocre y formación escasa”. Eso significa que la posibilidad de estudiar y de aprender otras lenguas activa más alternativas en el cerebro de alguien.

Además, influye mucho el entorno. Piense por ejemplo en un joven cubano que ha vivido toda su vida bajo la dictadura castrista sin opción de salir de la isla y en un joven norteamericano que reside en Florida, a pocos kilómetros de distancia. O en dos hermanos, uno que estudió la universidad y viajó por el mundo y otro que no lo hizo. ¿Son igualmente libres, acaso tienen las mismas opciones activadas en su cerebro? Según la neurociencia, no.

©Artículo publicado en el Diario El Heraldo (martes 11 de noviembre del 2014)