Reggaetón y evolución
Me he llevado un espanto terrible el domingo pasado mientras
leía, como de costumbre, la magnífica prensa dominical (la mejor de la semana
vale decir).
Ocurrió que mientras ojeaba en mi computadora a Javier Marías,
Pérez Reverte o Roncagliolo en esos dos pedazos de entretenimiento como lo son
el País Semanal y el XLSemanal, me dio por poner algo de música de fondo para
amenizar la lectura. Así que abrí Itunes y pulsé una lista de reproducción
musical para continuar con el ritual dominguero.
La terrible sorpresa vino un rato después. Mientras
disfrutaba de la perfecta sintaxis de Juan Manuel de Prada y de sus elegantes
insultos a todo aquel (y a toda cosa) que se le cruza, sentí que algo andaba
mal.
La música de fondo no armonizaba con el repaso lento y el disfrute de las
letras y palabras que formaban el texto.
Molesto, revisé qué pasaba y sólo ahí
caí en cuenta. ¡Estaba escuchando reggaetón! ¡Y a las 8 de mañana de un
domingo!
Sí, mientras de Prada criticaba al sistema y Vargas Llosa
rememoraba el Living Theatre de Nueva York, yo tenía de fondo el reggaetón
sucio y potente de J Balvin y de Nicky Jam.
Lo había puesto sin percatarme y su
estruendo recién se hizo presente cuando mis neuronas me protestaban por no
permitirles hacer su trabajo en paz.
Qué me ha pasado, me pregunté. Porque ésta música, tan
limitada en letras y en composición instrumental (todo es electrónico), es la
que escucha mi generación y todas las menores en el bus del colegio, en el
carro al trabajo, en las salidas de amigos y más. No hay buena fiesta que no
tenga altas dosis de reggaetón.
Será que es un tema cerebral, también me pregunté, sino cómo
explicar éste fenómeno. Yo sospecho que sonido rítmico del reggaetón y sus
letras simples pero tan directas y potentemente sexuales han calado en nuestra
psiquis.
Tal vez el único antídoto sean los merengues de Juan Luis Guerra o la
salsa de Gilberto Santa Rosa, pero definitivamente el reggaetón ha llegado para
quedarse. ¿Nos ha hecho más brutos? ¿O hemos (mal) evolucionado?
©Artículo publicado en el Diario El Heraldo (domingo 24 de
mayo de 2015)