Esteban Torres Cobo

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Putrefacción absoluta

Generalmente lo que está podrido es fácilmente reconocible a simple vista.

Sabemos que una manzana está podrida por que la vemos negra y enmohecida o que una madera lo está también por su color oscuro y su contextura blanda. 

Vaya que hay excepciones que nos despistan, pero generalmente reconocemos la podredumbre de algo cuando lo vemos o cuando olfateamos su pestilencia. Y claro, sabemos que no hay vuelta atrás. Tal vez se pueda cortar el pedazo dañado y salvar la manzana o la viga destruida, pero salvar todo es imposible.

Lo mismo pasa con las instituciones cuando no se las cultiva día a día o con los gobiernos y sus gobernantes cuando la corrupción campea sin detenimiento. Eso también se pudre y sus evidencias son fáciles de reconocer. 

¿Cómo entender entonces que en Venezuela las hordas chavistas disparen contra los opositores en mítines políticos y hasta maten a un dirigente? 

¿O que los sobrinos del mismísimo presidente Maduro estén a punto de ser condenados por andar jugando a ser Pablo Escobar? 

Si de algo sirve a la memoria del delincuente medellinense, por lo menos él no tuvo la osadía de traficar cocaína usando el pasaporte diplomático de un país donde su tío era presidente...


Así Maduro haya declarado una guerra callejera si pierde las elecciones que se avecinan o que incluso hasta las gane haciendo todas las trampas que pueda, la Venezuela chavista ha empezado a desmoronarse hacia lo que hoy sí parece su fin. Está podrida. 

Y lo insólito es que el golpe final no parece haber sido la crisis económica que ahoga al país desde hace tiempo sino el acuerdo de culpabilidad al que presuntamente se han sometido los narcosobrinos con la justicia norteamericana. Por negociar sus penas tendrán que soltar lo que saben sobre la red de narcotráfico de Estado que se dirige desde Venezuela.

Artículo publicado en el Diario El Heraldo (domingo 30 de noviembre del 2015)