Putrefacción absoluta
Generalmente lo
que está podrido es fácilmente reconocible a simple vista.
Sabemos que una
manzana está podrida por que la vemos negra y enmohecida o que una madera lo
está también por su color oscuro y su contextura blanda.
Vaya que hay
excepciones que nos despistan, pero generalmente reconocemos la podredumbre de
algo cuando lo vemos o cuando olfateamos su pestilencia. Y claro, sabemos que
no hay vuelta atrás. Tal vez se pueda cortar el pedazo dañado y salvar la
manzana o la viga destruida, pero salvar todo es imposible.
Lo mismo pasa con
las instituciones cuando no se las cultiva día a día o con los gobiernos y sus
gobernantes cuando la corrupción campea sin detenimiento. Eso también se pudre
y sus evidencias son fáciles de reconocer.
¿Cómo entender entonces que en
Venezuela las hordas chavistas disparen contra los opositores en mítines
políticos y hasta maten a un dirigente?
¿O que los sobrinos del mismísimo
presidente Maduro estén a punto de ser condenados por andar jugando a ser Pablo
Escobar?
Si de algo sirve a la memoria del delincuente medellinense, por lo
menos él no tuvo la osadía de traficar cocaína usando el pasaporte diplomático
de un país donde su tío era presidente...
Así Maduro haya
declarado una guerra callejera si pierde las elecciones que se avecinan o que
incluso hasta las gane haciendo todas las trampas que pueda, la Venezuela
chavista ha empezado a desmoronarse hacia lo que hoy sí parece su fin. Está
podrida.
Y lo insólito es que el golpe final no parece haber sido la crisis
económica que ahoga al país desde hace tiempo sino el acuerdo de culpabilidad
al que presuntamente se han sometido los narcosobrinos con la justicia
norteamericana. Por negociar sus penas tendrán que soltar lo que saben sobre la
red de narcotráfico de Estado que se dirige desde Venezuela.
Artículo publicado en el Diario El Heraldo (domingo 30 de noviembre del 2015)