El crimen de Yuliana
Foto tomada del Diario El Espectador. |
A veces, ese profundo respeto que tengo por la vida humana se rompe abruptamente. Y aunque lo voy a decir de frente y sin tapujos, reitero que sucede sólo a veces. En ciertos momentos.
Y es que en esos rompimientos poco usuales llego a pensar que la pena de muerte tendría algo de razón pero, para mi mayor pesar, que hasta me ofrecería de voluntario para ayudar a concretarla. Les ruego me perdonen.
Lo que pasa es que hay cosas que a uno le retumban en la cabeza. Episodios en donde más que individuos encontramos a monstruos humanos. A piltrafas y a sátiros enfermos.
A seres que realmente no merecen continuar entre nosotros. O que, si lo merecen, deberían pasar sus días en la miseria más grande que puedan soportar.
Mi terrible confesión tiene un motivo. Tiene que ver con Yuliana Samboní. Resulta que el colombiano Rafael Uribe Noguera -para quienes todavía no conocen la historia- miembro de una familia conocida y acomodada de Bogotá, secuestró a una Yuliana, una niña indígena humilde de siete años.
Pero no contento con cometer sólo este execrable delito, luego decidió violarla, torturarla durante seis horas y finalmente matarla.
A continuación, y con la clara intención de pasarse de listo, esnifó cocaína y se emborrachó para encontrar una excusa legal ante lo sucedido.
Con sus hermanos luego pasó casi cinco horas en el departamento donde cometió el crimen buscando soluciones y salidas. Hace días, además, apareció muerto el portero del edificio. Toda una montaña rusa de pestilencias y tapaderas.
¿Cómo no indignarse ante esto? ¿Cómo evitar que nuestros instintos más primarios de venganza y justicia aparezcan ante un hecho de esta magnitud?
¿Ante un tipo de esta calaña al que hasta sus compañeros de prisión le han rechazado? Yo soy sólo uno de los indignados. Ahora imaginen a toda una población, la colombiana. ¿Cómo impedir un incidente de Fuenteovejuna?
cc) Artículo publicado en el Diario El Heraldo (domingo 11 de diciembre del 2016).