El control de la mayoría
La disputa de la última semana ha dejado muy claro quién
manda en la Asamblea Nacional: el Presidente. Y claro, le han llovido críticas
de todo lado, acusándolo de antidemocrático y autoritario con su mismo bloque
legislativo. El tema ha llegado a tal ebullición que posiblemente se ejecuten
sanciones fuertes a los asambleístas rebeldes. Sin embargo, ¿está equivocado el
Presidente en exigir lealtad a sus asambleístas, incluso si éstos no están de
acuerdo con él? Creo que no. Es más, las circunstancias actuales y la forma
como varios asambleístas oficialistas llegaron a su curul les obliga a ser
leales con el Presidente.
Muchos le deben su puesto y, por lo tanto, su voto. Son pocos
los que podrían considerarse ajenos a la pesca de arrastre que se dio en las
últimas elecciones. Allí, en fotos y físicamente, el gran motor de la campaña
fue el Presidente. Y la victoria, consecuentemente, fue de él. Los electores lo
votaron y avalaron su proyecto político. Y la publicidad, desde afiches hasta
spots comerciales se volcó justamente a vender eso: su imagen y su gestión.
Además, no debería sorprendernos que quien se encuentre en la
función ejecutiva controle también el órgano parlamentario y exija lealtad a su
bloque, es lo normal en la mayoría de democracias contemporáneas. Sucede en las
democracias europeas y hasta en Estados Unidos. Nos sorprende quizás, debido a
que en el Ecuador no estamos acostumbrado a ello y porque antes las mayorías
parlamentarias se lograban con pactos y acuerdos entre bancadas. Recordemos que
algunos presidentes incluso tuvieron que gobernar con Congreso en contra,
bloqueados y chantajeados.
Por eso, en estos momentos no se puede esperar que el sistema
de pesos y contrapesos que plantea el concepto básico de la democracia se
vislumbre también en la legislatura. El Presidente puede controlar totalmente
la Asamblea Nacional. Lo que no puede (o no debería) controlar nunca es el
poder judicial. Ustedes sabrán juzgar lo que sucede actualmente.
Por lo tanto, al menos en estos momentos, no hay espacio para
deslealtades y agendas propias. Y los asambleístas oficialistas que no quieran
votar con el bloque deberían separarse del grupo o incluso renunciar. El
problema para ellos es que el agua fuera del bote es demasiado fría y saben que
es mejor quedarse a salvo. Los que la probaron no sobrevivieron. Una prueba más
del implacable ostracismo al que condena el capitán.
©Artículo publicado en el Diario El Heraldo (domingo 20 de
octubre de 2013)