Boxeo desesperado

Imagen tomada de Getty Images. 
El gobierno tiene el síndrome del boxeador desconcertado. No del que ha sido noqueado y está tirado en la lona, sino del que a pesar de los golpes todavía se mantiene en pie, tambaleante y perdido esperando que le encajen un gancho final en el mentón. 

Quienes hayan presenciado la pelea entre Canelo Álvarez y James Kirkland el año pasado entenderán a lo me refiero. El pobre Kirkland estuvo en ese estado la mayor parte de los tres rounds que soportó a Canelo. Aguantó como pudo, cayó y se levantó varias veces, pero un magnífico derechazo del mejicano llegó y lo noqueó.


El gobierno está así: desorbitado, desordenado y haciendo lo que puede para sostenerse en pie. La frescura se perdió hace rato y las ideas ingeniosas también. Ha sido el resultado de no saber sortear golpes esperados e inesperados pero también de los achaques de su propia constitución física: se ha convertido en un boxeador viejo. 

Conserva la maña y conoce perfectamente el ring pero sus rodillas carcomidas por la corrupción y las pantorrillas acalambradas por el hastío ciudadano le limitan. Ese es quizás su verdadero oponente hoy en el cuadrilátero: la opinión ciudadana que cada día está más fastidiada y exige un urgente cambio democrático. Hay cansancio en una parte y desesperación en otra.

¿Cómo entender acaso que el gobierno tenga tantos frentes abiertos al mismo tiempo? Con los militares, con los internautas criticones (a quienes acribillan con trolls pagados), con los jubilados, con los empleados públicos... ¡Hasta con los voluntarios que ayudan en Manabí! 

Ni siquiera a los borrachitos les han dejado en paz y en un santiamén les han quitado y les han vuelto a poner prohibiciones. No hay coordinación, abundan las pugnas internas y el reciclaje de cargos es pan de cada día. ¿Así esperan dejar un sucesor el 2017? ¡Vaya que necesitarán un milagro! 

cc) Artículo publicado en el Diario El Heraldo (domingo 15 de mayo del 2016).


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