Adiós, dandi callejero


Cuánta pena me ha dado la muerte del Pana. No tanto porque se pierda a un genio del capote y la muleta sino porque se pierde a un personaje único que desbordaba picardía y desenfado en una profesión cada vez más plagada de esa insufrible peste llamada 'corrección política' . 

El Pana era un dandi de la calle, un caballero de mancebas costumbres que nos daba alegrías cuando discurseaba con su habano y su sombrero.

Era un raro souvenir de aquella época dorada donde los toreros eran los héroes del pueblo y dónde la mayor gloria que alguien podía añorar era torear con casa llena en la Monumental de Méjico o en Las Ventas de Madrid. Hoy los tiempos han cambiado, es cierto, pero para el Pana nada cambió.

Se erigió desde la pobreza, trabajando de panadero y hasta de sepulturero y, aunque la vida de torero no le dio éxitos sino en el último trecho, pudo dejarnos una de las mejores despedidas que ha visto el arte taurino. 

Fue en el 2007 ante una emocionada Monumental de Méjico. Pero como sucede con las despedidas de los toreros, no se despidió sino que tomó una nueva bocanada para seguir en el ruedo. Y lo hizo casi una década más, hasta los 64 años.



La suerte no le permitió morir de una cornada en la plaza sino que le maltrató dejándole tetrapléjico en un hospital. Pero el Pana una vez más se reveló y pidió que lo dejasen morir. 

Lo extrañará la afición y seguramente lo llorarán sus más fieles compañeras, a quienes agradeció por saciar su hambre y sed con el amor de sus pechos y muslos en esa inolvidable tarde hace nueve años. ¡Descanse matador!

cc) Artículo publicado en el Diario El Heraldo (domingo 5 de junio del 2016). 
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