¿Adiós a las armas?
Este ha sido un gran debate en la administración de Obama:
prohibir o no las armas.
Hasta ahora le ha costado mucho al presidente
norteamericano imponer su agenda prohibitiva en los Estados Unidos y estoy seguro
que se irá sin poder ejecutarla.
Para Barack la historia no ha sido nada
romántica, a diferencia de la novela en la que se basa el titular de éste
artículo (“Adiós a las armas” de Ernest Hemingway).
Los dos tiroteos sucedidos
en el último mes, el de Washington y el de Chicago, han desatado todas las
alarmas y han puesto nuevamente en el tapete el debate sobre la prohibición de las
armas. Sin embargo, la pregunta es sencilla: ¿se detendrán los tiroteos a
quemarropa con leyes prohibitivas? Y la respuesta es aún más sencilla:
definitivamente no se detendrán.
Echar la culpa a las armas por la cantidad de tiroteos y
atentados criminales sería como culpar a las cucharas grandes de causar
obesidad. O culpar a los autos por los choques y las muertes de tránsito que se
dan cada día. Porque las armas, las cucharas o los autos son cosas, nada más.
Necesitan un impulso humano que las anime y les permita cumplir con su función.
Ahora bien, estas cosas en manos de lunáticos y de desquiciados tienen efectos
negativos cuando se usan para causar daño (bueno, excluyamos a las cucharas). Y
allí es precisamente donde leyes prohibitivas no cumplen ninguna función.
Precisamente porque al lunático o al criminal no le limitan las leyes, a
diferencia de los individuos normales. Los criminales consiguen lo que buscan y
lo hacen al margen de la ley.
Si fuese prohibido portar armas (en Ecuador lo está)
únicamente los criminales podrían caminar armados y los buenos ciudadanos no,
desnaturalizando así la función misma de las armas, que es la defensa propia y
la de nuestros bienes privados.
Las leyes no disuaden a los criminales sino
únicamente a los buenos ciudadanos, sino miremos lo que sucedió en el atentado
de Washington. Primero, el atacante llevó un arma a la ciudad, lo cual es ilegal
en Washington. Segundo, la portó en la ciudad, ilegal también. Tercero, ingresó
con el arma a una instalación militar, también ilegal (no se pueden ingresar
con armas personales a dichos lugares); y, por último, disparó y mató
(totalmente ilegal). ¿Sirvieron las leyes anti-armas? Para nada. Los criminales
no respetan la ley, los buenos ciudadanos sí.
©Artículo publicado en el diario El Heraldo (24-09-2013)