Joseph Ratzinger

A lo largo de los siglos, pocas generaciones han tenido la suerte de ver y conocer a las cabezas intelectuales que marcan la historia, a los eruditos y a los sabios. 

Somos afortunados. A través de la televisión y del internet no sólo podemos saber quiénes son, sino que podemos verlos, seguirlos e inclusive tener acceso a todo lo que han producido. Imaginemos lo complicado e imposible que esto debe haber sido hace unos doscientos años, ¡cuánto conocimiento reservado para unos pocos! 

Por eso, debemos considerarnos afortunados de haber presenciado el paso de un genio intelectual incomparable, de esos que no se repiten muy seguido: Joseph Ratzinger.

Criticado por muchos y sin un carisma de masas tan fuerte como el de Juan Pablo II o el de Francisco, a Joseph Ratzinger le espera un puesto en el podio de los grandes pensadores de todos los tiempos. Se lo compara ya con Tomás de Aquino por la importancia de lo que ha producido. Libros, artículos y encíclicas que superan con creces a cualquier otro pensador de su naturaleza. No en vano Juan Pablo II se dio cuenta de su erudición y lo nombró Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y le encomendó en 1986 la redacción del nuevo Catecismo de la Iglesia Católica. Desde allí combatió con fuerza el relativismo intelectual con el que ciertas corrientes de pensamiento cristiano, adoptando concepciones marxistas equivocadas, pretendían expandirse como doctrina.

Luego fue Papa. Y si bien a Ratzinger le tocó ejercer un papel tan difícil como el de ser el guía de una iglesia de más de mil millones de fieles, que lo llevó a cabo de manera impecable hasta que le faltaron fuerzas, en el fondo su verdadera dimensión la encontramos en los aportes intelectuales y filosóficos a la doctrina cristiana y a la filosofía humana, sin que su producción se haya detenido hasta ahora. La encíclica “La luz de la fe”, escrita conjuntamente con Francisco y presentada en julio de este año es muestra de ello. 

Ratzinger menciona en su autobiografía que, siendo todavía un niño alemán en tiempos del nacionalsocialismo, la formación cultural que recibió basada en el espíritu de la antigüedad griega y latina, creó en él una actitud espiritual que se oponía a la seducción ejercida por la ideología totalitaria. Muchos de sus viejos profesores católicos influyeron en esto. Algunos incluso suprimían las consignas antijudías en las canciones oficiales que los nazis obligaban a entonar.

©Artículo publicado en el Diario El Heraldo (17-09-2013)
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