Malala y la educación privada
Malala Yousafzai es una adolescente impresionante. Confieso
que no me interesé por conocerla a fondo sino hasta hace pocos días cuando, con
diecisiete años, ganó el premio Nobel de la Paz y su nombre sonó, finalmente,
en todo el mundo.
Con premios así se reivindica el Comité Noruego del Nobel que
hace cinco años cometió la ingenuidad de entregar uno similar a Barack Obama.
Lo de Malala sí es un premio genuinamente merecido y basta escucharla para
concluir que estamos ante una potencia intelectual y social de altísimos quilates.
Dos ideas fundamentales se vislumbran en la iniciativa de
Malala. La primera, la educación como herramienta para superar absurdos
fundamentalismos religiosos. Y, la segunda, la defensa de la educación privada como
motor de desarrollo de los individuos, especialmente de las niñas,
imposibilitadas de estudiar por terroristas subnormales seudoreligiosos que hoy
aterrorizan Paquistán y que se expanden cada día por la región.
Sí, cuando Malala defiende el derecho a la educación que
deberían tener todos los niños, en realidad no se está refiriendo a la
educación pública que da un Estado, sino a la educación privada de bajo costo.
De hecho, la enseñanza privada está en su ADN. Su padre (el
héroe anónimo atrás de la heroína) fue un empresario de la educación que, siendo
pobre, fundó su primera escuela en 1994 en el poblado de Mingora, Paquistán,
invirtiendo alrededor de 1,500 dólares, todos los ahorros que tenía en esa
época.
En todas las que fundó, la pensión mensual nunca superó las
100 rupias, es decir, unos dos dólares. Luego, se expandió y llegó a ser el
presidente de la asociación de escuelas privadas que agrupó a más de 400 instituciones
y evitó los chantajes y corrupción del gobierno paquistaní que exigía sobornos
para dejarlos funcionar. Dio una alternativa de excelencia a los niños de bajos
recursos y demostró que ellos (y ellas) también tenían derecho a educarse en la
excelencia, lejos de la mediocridad de la educación estatal paquistaní.
Malala es producto de esta historia y su discurso es la
defensa de la libertad de educación. Los terroristas ya le dispararon tres
veces en la cabeza pero ella continúa. Por suerte, hoy todos escuchamos lo que
tiene que decir.
©Artículo publicado en el Diario El Heraldo (martes 14 de
octubre del 2014)