Los pelagatos de 1592
Felipe II |
Como dijo un buen amigo mío, lo interesante de las protestas
de estos días es que nacieron de la molestia ciudadana más pura contra el
poder: el rechazo a los impuestos.
Y los ecuatorianos han protestado contra
ellos incluso antes de que pudieran llamarse ecuatorianos, en tiempos de la
Real Audiencia de Quito.
Hay dos antecedentes notables antes de que nos convirtamos
en república: la Revolución de los Estancos (1765) y la Rebelión de las Alcabalas
(1592), ambas contra la Corona española, tal como detallan los historiadores Enrique
Ayala Mora y Federico González Suárez.
En la segunda, los quiteños se rebelaron en 1592 contra la
orden del Rey de España, Felipe II, de cobrar un nuevo impuesto del 2% sobre
todas las ventas y permutas para financiar el equipamiento de una armada que
vigilara los mares de las indias y protegiera el comercio las ciudades y
puertos españoles de América, frente a la cantidad de piratas que acechaban en
ese entonces.
Esencialmente era un impuesto al comercio y eso disgustó a
los quiteños —¡imagínense si les ponían uno de 77%!—.
El Rey expidió en
noviembre de 1591 la Cédula Real que contenía el nuevo impuesto para que, luego
de que la recibiera la Real Audiencia, el Ayuntamiento de Quito lo aceptara y
se empezara a cobrar desde el 15 de agosto de 1592.
Pero el Ayuntamiento se negó y pidió al monarca que les exonerase del impuesto. Eso subió tanto la tensión entre el Ayuntamiento y la
Real Audiencia que ésta ultima a través de su presidente Barros de San Millán,
pidió refuerzos militares al Virreynato del Perú para enfrentar posibles
altercados con los quiteños.
Sin embargo, luego de la mediación del sacerdote dominico
fray Pedro Bedón, religioso respetado por todos, la Real Audiencia aceptó
dialogar y los quiteños —que ya habían bajado las armas— permitieron que los
militares del Perú, comandados por Pedro de Arana, ingresaran a la ciudad.
Lo insólito llegó cuando la Audiencia desconoció el
diálogo y desató una feroz persecución contra los líderes quiteños. Los asesinó
e incluso los colgó para asustar a la gente y zanjar el asunto. Sí, triunfó la
Corona, pero desde aquel momento una suerte de equilibrio de
fuerzas entre ella y los poderes locales se mantuvo.
Artículo publicado en el Diario El Heraldo (domingo 28 de
junio del 2015)