El saldo que dejó Francisco
No sólo alegró y conmovió a las familias ecuatorianas sino que
demostró el poder de convocatoria de la Iglesia Católica y su magnífica
organización en todos los niveles.
La Iglesia es la institución mundial con
ramificaciones más profundas y directas en toda la sociedad: desde su central,
el Vaticano, hasta la parroquia más alejada de cualquier provincia.
No hay que olvidar que antes de que llegue el aparato
estatal a comunidades de la amazonía, por ejemplo, la Iglesia ya había llegado
hace mucho.
Por eso la importancia de la visita del Papa, sucesor de Pedro y cabeza,
eje y motor de todo. Con un ingrediente único, además: su atractivo a creyentes
(no sólo católicos) y no creyentes. Un atractivo dado por la franqueza de su
mensaje, por su carisma y por su oportuno discurso cercano a la masas –que
acerca y que no aleja–.
El Papa se va luego de reunir la mayor cantidad de personas
a eventos públicos en toda la historia del Ecuador. En las misas campales, en
las calles y hasta en el Palacio de Carondelet (bueno, allí reunió a la mayor
cantidad de burócratas...ateos, agnósticos y “buenvivires”).
Se va también sin
resolver la crisis política que atraviesa el país. Es que, quien piense que vino
a resolverla o a tomar partido por alguno de los bandos se equivoca. El Papa
vio en una visita pastoral, a fortalecer las ideas de familia, ayuda a los más
necesitados, evangelización y libertad.
Personalmente, una de las imágenes que más me gustó fue su
caminata por la Iglesia del Quinche. Rodeado de pocos guardaespaldas caminó
hacia el altar mientras los fieles, extasiados, trataban de tocarlo en el
hombro y saludarlo desde las bancas.
Su rostro, limpio y honesto, alternaba
entre una genuina sonrisa de felicidad por el cariño recibido y una mirada a
veces introspectiva por la dura responsabilidad de liderar, a los 78 años, la
institución más importante del mundo.
Artículo publicado en el Diario El Heraldo (domingo 12 de
julio de 2015)