Mi amigo el dólar
Se podría decir que lo mismo que se
conoce a un amor de verano: superficialmente y sin los defectos que aparecen
con el tiempo y la rutina.
Mi único recuerdo
es la mesada que recibía cuando estaba en la primaria, que varió de 2.000
sucres a la semana y llegó hasta 10.000 sucres a finales de 1999.
Luego todo
fue en dólares. ¡Ah! y me olvidaba, la cuenta de ahorros para niños que tenía
en el Banco Popular y que desapareció con la quiebra del banco -y que literalmente desapareció porque no volví
a ver la libreta sino luego de unos años, cuando ya no era más que un triste souvenir-.
Si se toma en
cuenta el último censo de población, se podría estimar que más de 9 millones de
individuos no lo conocieron bien (somos una población nacional extremadamente
joven con una media de 28 años).
Así, crecimos con el dólar, compramos con el
dólar y, si tenemos suerte, hoy ganamos en dólares.
El dólar nos da
seguridad. Cada vez que me encuentro con algún pobre argentino o con un venezolano me alegro de que el Ecuador tenga dólares.
Prefiero, y lo digo sin
tapujos, tener una moneda manejada por tecnócratas gringos (la FED) que una
manejada por políticos ecuatorianos.
Por lo menos el dólar se aprecia algún
momento y, como hoy, ganamos si compramos en el exterior. Con una moneda
nacional la única experiencia que tuvimos fue la constante devaluación.
Llámennos antinacionalistas o lo que quieran, pero con el dólar estamos bien. Que los académicos y políticos de izquierda o los empresarios mercantilistas se dediquen a discutir sobre las 'ventajas' de la moneda propia, pero a nosotros déjennos con los verdes del "Tío Sam".
Artículo publicado en el Diario El Heraldo (domingo 30 de agosto de 2015)