El dilema republicano
Al Partido
Republicano de los Estados Unidos las primarias lo han partido en dos. O en
tres, quien sabe.
La eléctrica irrupción de Donald Trump y su liderazgo contra
todo pronóstico ha tomado por sorpresa al partido, a sus cabezas y a sus
financistas. A pocos delegados de completar los necesarios para asegurar la
nominación, las alarmas no dejan de saltar y nadie sabe con seguridad cómo
parar a Trump.
Hoy la única
opción viable parece ser una convención 'abierta' donde se le niegue la
posibilidad de ser el candidato republicano. Para eso, por supuesto, primero
hay que evitar que complete los 1,237 delegados.
Si no los completa hasta antes
de la convención que se llevará a cabo en Cleveland, el partido podrá manipular
a los delegados y presionarlos para que cambien de voto en una segunda ronda de
votaciones.
Allí ya no tendrán la atadura de votar por el candidato que ganó
las primarias sino que lo podrán hacer por quien quieran, sin restricciones.
La gran pregunta
es por qué el partido no lo ha apoyado hasta ahora, cuando normalmente a éstas
alturas ya se vuelca por el candidato con más opciones.
¿Acaso no es gracias a la
locura de Trump que miles de votantes de todas las tendencias han vuelto a las
urnas? ¿O que las fuertes emociones que provoca en las masas no contribuirían a
derrotar a un Partido Demócrata que se ve lerdo bajo el tibio liderazgo de
Clinton-cuya presidencia creo que sería peor?
El dilema está
entre oponerse a lo que la mayoría de ciudadanos quiere (que son los que
verdaderamente importan) o apoyarlo y rebajar la violencia y el absurdo en su
discurso.
Recordemos que Estados Unidos es un país con instituciones sólidas,
no una democracia latinoamericana. El control político al Ejecutivo es mayor y
la opinión pública muy sensible. De hecho, un Trump en el despacho presidencial
no podría actuar como un Trump en campaña. ¿O sí?
*Artículo publicado en el Diario El Heraldo (domingo 27 de marzo del 2016)