Escribir bien
Subestimamos la importancia de escribir bien
porque menospreciamos el valor de que se nos entienda de forma precisa y clara.
Creemos que es tarea de otros inferir lo que escribimos y olvidamos que la
envoltura es tan elemental como el regalo. Sucede a menudo. No hay nada más
triste que una buena idea o un comentario oportuno perdidos en una selva de
mala redacción.
A veces creo que si alguna destreza nos debe dejar
la educación que recibimos desde la escuela es poder escribir bien. Al menos
eso. Porque hacerlo es complicado y es lamentable que luego de tantos años de estudio
aún seamos incapaces de contar con una habilidad tan útil para la vida
cotidiana.
Es que escribir bien requiere abundante lectura
previa, numerosas equivocaciones, correcciones y una fina constancia.
Va desde la
concreción de aquello que nos revolotea en la cabeza hasta la artesanal labor
de juntar palabras, oraciones y párrafos con sentido entre sí. No es fácil. A
los pocos que logran dominar ese arte generalmente los premiamos con nuestra
admiración y nuestro respeto.
Una buena escritura es el reflejo de una persona y
además es la herramienta de aquellos profesionales que no pueden obviarla en
sus labores diarias como abogados, jueces, periodistas o de cualquier otro individuo
que tenga que presentar un informe o redactar un correo electrónico.
Quizás por
esto es cada vez más común ver que las compañías de hoy soliciten una pieza
escrita antes de contratar a un nuevo empleado.
Basta decir que hasta para
conquistar a alguien se necesita poder escribir un mensaje o una carta legible.
¡Imagínese la decepción de que lo corteje alguien que, al menos en el papel,
parece un idiota!
Es un error subestimar el poder de una buena escritura. Y es
un error aún mayor no hacer algo para mejorarla cada día.
cc) Artículo publicado en el Diario El Heraldo (domingo 14 de agosto del 2016)