Radicales, fanáticos y extremistas



Radicales, fanáticos y extremistas han existido toda la vida. Quizás hoy son noticia mundial por la globalización de la información, pero siempre han estado ahí.

El fanatismo ciega y ciertamente es peligroso. Es proclive a crearse frente a toda idea y, lo que es peor, frente a toda persona. Y seguramente somos nosotros mismos, en éste preciso momento, rehenes de un fanatismo de algún tipo sin darnos cuenta.

Y si allí no los encontramos entonces miremos los que conviven con nosotros cada día, que abundan. No es raro ver cada día fanáticos deportivos, seguidores incondicionales de políticos de turno o pasados, intolerantes religiosos o incluso parlantes humanos del último producto de moda para curarlo todo.

Somos débiles como humanos y muchas veces entregamos nuestra voluntad y nuestro juicio para cubrir algún complejo o alguna deficiencia que no descubrimos a tiempo.

Pero claro, hay distintos grados. Existen los que no pasan del texto redactado en el muro de Facebook despotricando contra lo que es y lo que no es y, por el contrario, los que llegan a la acción. Fácil es, por ejemplo, ser hincha del Barcelona de Guayaquil, gritar en cada partido y dejar de lado cualquier responsabilidad por ver un partido de fútbol. Tatuarse el emblema en el hombro derecho y llamarle "Kitu" al hijo que está próximo a nacer.

Muy distinto, en cambio, es estar dispuesto a matar con una puñalada a un hincha del Emelec que le insulta a mi equipo cuando me lo encuentro en las afueras del estadio. Pero éstos últimos existen y se activan en los momentos menos esperados.

Dos sucesos de las últimas semanas ejemplifican este último grado de fanatismo irresponsable y criminal. El primero fue la gresca con bajas que se dio en Estados Unidos por el retiro de un monumento a un general que luchó a favor del bando confederado en la Guerra Civil. Fanáticos de lado y lado se enfrentaron por una estatua y mataron a una persona en el camino. Un alcalde irresponsable, además, permitió deliberadamente que los dos bandos se encuentren.

El otro, el atentado terrorista de Barcelona (y todos los ataques sucesivos que se dieron en otros países).

Ni los callejeros de Charlottesville o los yihadistas de Europa se quedaron despotricando desde su página de Facebook. Salieron a la acción. Los unos quizás sucumbieron a la calentura y a la confrontación del momento y no tenían el propósito tan claro como el de los otros. Pero los dos actuaron y mataron. Fanáticos. Criminales. 

Artículo publicado en el Diario El Heraldo (domingo 20 de agosto del 2017). 
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